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Comentaba hace poco el catedrático de Historia del Arte, Enrique Valdivieso, en referencia a la iglesia de Santa María la Blanca, que «no existe una visión tan espectacular y vibrante como la de este templo en todo el barroco español», evidencia que se hace más patente con la nueva iluminación, una vez rehabilitado el edificio por el arquitecto Óscar Gil Delgado.
Recobran ahora vida las pinturas murales y las inscripciones, pero sobre todo, destaca Valdivieso, «los tonos dorado, azul y blanco que configuran todo el adorno de las bóvedas». Así, la que fuera hasta fines del siglo XIV sinagoga, muestra en nuestros días un aspecto muy similar, pero incompleto, al que adquirió en 1657 cuando, por iniciativa del canónigo Justino de Neve, mecenas, amigo y protector de Murillo, se renovó el edificio. Del pintor sevillano, tan ligado al templo y tan esencial para entender el significado de aquella reforma, solo queda colgado en la iglesia «La Santa Cena», pues los cuatro cuadros restantes fueron robados en 1810, durante la invasión francesa. Dos de ellos se devolvieron a España y están en el Museo del Prado; los otros dos restantes figuran en el Louvre y en la colección de Lord Faringdon de Buscot Park (Reino Unido).
Del primer intento de recomponer el sentido simbólico y estético plasmado por Murillo, quedan en la iglesia dos copias de los originales que se exhiben en el Prado: «El sueño del patricio» y «El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio».
Lo que sigue llamando la atención, ahora que todo se ve más nítido, son losdos huecos en semicírculo que figuran en los frentes de las naves laterales: la del Evangelio y la de la Epístola. Es el vacío de la rapiña que pide a voces su restitución icono gráfica. Y esto no dejó indiferente al profesor Valdivieso cuando visitó el templo en los últimos meses del pasado año, pues informado de que en el programa de restauración no se había previsto colocar en esos huecos las reproducciones de los originales de Murillo que allí estuvieron, pensó que era el momento de actuar.
Consideró «absolutamente fundamental terminar de devolver a la iglesia su primitiva configuración». En esos huecos irían, por tanto, «El Triunfo de la Iglesia y la Eucaristía» y «El Triunfo de la Inmaculada», dos devociones que, en palabras de Valdivieso, «son fundamentales en la Sevilla barroca y van siempre juntas».
El catedrático visitó al arzobispo y le pidió permiso para organizar una cuestación popular que alcanzase la cantidad que los restauradores copistas le habían presupuestado. El arzobispo, Juan José Asenjo, aceptó la propuesta y quiso abrir la suscripción con una aportación personal. El historiador hizo también su aportación personal y posteriormente se dirigió a las instituciones culturales más importantes de la ciudad. El resultado fue desigual: unas aportaron importantes recursos y otras eludieron sumarse a la campaña. De fuera de Sevilla consiguió Valdivieso la colaboración de importantes mecenas que viven con gran protagonismo el mundo del patrocinio artístico, de modo que en un período récord de tres meses logró la cantidad necesaria ante la satisfacción, sobre todo, del párroco Manuel Mateo, que tanta dedicación viene prestando a su templo.
Los restauradores, que ya han empezado la ejecución de las obras en una dependencia de la iglesia, son Juan Luis Coto y Fernando García, los mismos que realizaron las copias para el Hospital de la Caridad de los lienzos de Murillo que se llevó el general Soult. Esta es otra de las iniciativas promovidas por Valdivieso y llevadas a cabo por la hermandad de la Santa Caridad.
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