Por el año 1.260, el sultán de Egipto
envió una embajada al rey Alfonso X el Sabio para pedir la mano de su hija
Berenguela. La embajada trajo diversos presentes, entre ellos: un hermoso
colmillo de elefante, un cocodrilo del Nilo vivo y una jirafa domesticada con
su montura, su freno y bridas.
El rey castellano rechazó la petición de
mano de su hija, devolvió la embajada cargada de buenas palabras y de regalos
para el sultán, y aquí quedaron el cocodrilo y la jirafa. Pasado el tiempo, y
muerto el cocodrilo, se disecó, y su piel rellena de paja fue colgada del Patio
de los Naranjos junto con el freno de la jirafa.
Años después, se colgó como recuerdo la
vara del embajador castellano que regresó de Egipto
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