domingo, 26 de enero de 2014

Parque de María Luisa, un siglo de disfrute

Hotel Boutique Elvira Plaza les informa de la historia de uno de nuestros monumentos mas representativos.

Donado a Sevilla el 19 de junio de 1893 por la infanta María Luisa Fernanda de Borbón (duquesa de Montpensier), el parque que lleva su nombre se ha convertido, junto a la Giralda, la Catedral y el Alcázar, en uno de los ingredientes indispensables para la imagen más típica que se llevan los turistas de la ciudad. Más allá de la postal tópica que pueda hacerse de él, lo cierto es que este recinto -declarado Bien de Interés Cultural (BIC)- es un auténtico vergel del que este año se cumple un siglo de disfrute por parte de los sevillanos.

Fue el 18 de abril de 1914 cuando se inauguró con su actual nombre. Durante varios años había quedado sumido en el abandono desde que fue legado por la infanta. En 1911, una vez elegido este recinto como sede de la Exposición Iberoamericana, el Ayuntamiento encargó su remodelación a un paisajista parisino no demasiado conocido en aquella época: Jean Claude Nicolas Forestier. El comité ejecutivo del certamen le indicó como premisa el respeto al arbolado existente en el parque de los Montpensier y de los elementos que ya ordenaban el jardín: la avenida transversal con el Prado de San Sebastián, el paseo de las Delicias y el estanque de los patos.

Al paisaje de Forestier se suman las construcciones diseñadas por Aníbal González, que tienen en este parque el más claro exponente del regionalismo, un estilo ecléctico, pero a la vez nuevo y de origen netamente sevillano. Arquitectura y jardinería se complementan, así, conformando un paisaje único que tiene como claros referentes el Generalife de Granada y los Jardines del Alcázar sevillano, en los que se inspiró Forestier. De ahí, que como en dichos enclaves, en el parque de María Luisa el agua cobre vital importancia. El propio paisajista escribió sobre este elemento: "En los jardines de los países de sed, para hacer más deseable el agua, se multiplica en surtidores, se la recoge en mármoles y lozas deslumbrantes, que hagan más sensible su frescura y limpieza". También en la configuración hay reminiscencias románticas del jardín primitivo e influencias del racionalismo francés.

A Forestier se le debe, en su mayor parte, la riqueza botánica que atesora el parque. José Antonio Mejías, doctor en Ciencias Biológicas y profesor titular de la Universidad de Sevilla, donde imparte la asignatura Botánica Ornamental en Ingeniería Agronómica (adscrita al Departamento de Biología Vegetal y Ecología), subraya que dicho recinto -uno de los principales pulmones de la ciudad- consta de 250 especies distintas entre árboles, palmeras, trepadoras, arbustos y herbáceas, que constituyen la flora permanente del jardín, según los inventarios de la Escuela de Jardinería Joaquín Romero Murube. A ellas habría que añadir las plantas de temporada, situadas en parterres como la Plaza de América o el estanque de los lotos.

Dicha diversidad recoge floras de los cinco continentes. Así, se encuentran especies americanas como la jacaranda y la catalpa, asiáticas como los árboles jaboneros o la glicinia, africana como el laurel tóxico y la celestina, australianas como el árbol de fuego o los limpiatubos y europeas como el árbol del amor o la celinda. A éstas se unen las especies autóctonas, tales como el acanto y el mirto.

El parque cuenta aproximadamente con 3.500 ejemplares arbóreos, correspondientes a 81 especies. Los más antiguos datan de la creación del jardín de los Montpensier, ideado por el francés Lecolant hacia 1850, de clara inspiración orientalista, como se aprecia en el Monte Gurugú o el estanque de los patos. A este periodo pertenecen algunos ejemplares de ficus o el ciprés taxodio de la glorieta de Bécquer.

Mención especial merecen los eucaliptos, que pasan por ser los árboles de mayor altura del parque (los cuales sufren actualmente un "decaimiento" de difícil curación, según el profesor Mejías), y las palmeras, presentes en 12 especies diferentes (afectadas por el picudo rojo).

No abundan, por contra, las plantas de flor, de las que sólo existen una decena de especies. Entre ellas, Mejías cita los claveles de Indias, las caléndulas, los agapantos (de llamativo color azul), los lirios de día, la alpinia, la jacaranda, la catalpas y los árboles del amor. También destacan los jazmines de Virginia, las bignonias (rosas y blancas), los membrilleros de Japón (uno de los primeros en florecer) y la celestina (que aflora en verano).

Fuente: Diariodesevilla.es

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